sábado, 26 de enero de 2008

La voz que anuncia el Reino - 27-1- 08

Queridos amigos y amigas,
el evangelio de hoy comienza con el enmudecimiento forzoso de una voz profética. A Juan Bautista le encarcelan y ya no puede seguir siendo la voz que clama en el desierto...
Pero otra voz, la de Jesús de Nazaret, coge el relevo. Ha detectado los signos de los tiempos y sabe dónde es más necesario su mensaje. Por eso se traslada a Cafarnaum, la capital judía de la Galilea, región donde el judaismo se había corrompido en contacto con las naciones paganas. Y allá, en tierra y sombra de muerte, Jesús comienza su grito: convertíos, que el Reino está cerca. Y hace falta convertirse no solamente porque el Reino esté cerca, sino para que sea posible...
El reinado de Dios no es un tema de carácter individual, ni se reduce a un solo pueblo. Frente a la espiritualidad judía, que era farisaica, individualista y excluyente, Jesús propone una espiritualidad que facilite la salvación de todos. Un pueblo no se libera porque una persona aislada y privilegiadada se libere, sino porque sea todo el pueblo el que avance y salga de la miseria espiritual y material. Esta es la verdadera utopía del Reino: o todos o ninguno...
Por otra parte, Jesús, como buen profeta, sabe que esta tarea se ha de hacer en comunión y en comunidad con otras personas. Y comienza a sumar y multiplicar voces que no callen y que empiecen a predicar y a vivir con valentía los caminos del Proyecto de Dios.
A Pedro le llama con la misma invitación con que Eliseo había llamado a Elías: ven conmigo. Y promete a Pedro y a su hermano, que los hará pescadores de hombres. La expresión puede parecer extraña, pero proviene de la literatura profética: el pescador es el guerrero ganador en favor de una causa. El pueblo de Israel, al cual pertenecen los apóstoles llamados, ha de ser el pescador de la humanidad para que se produzca el reconocimiento del Dios verdadero.
Una llamada exige una respuesta, y a la llamada de Jesús corresponde una opción de vida y la respuesta inmediata de los llamados. Renuncian a todo, como siempre pasa cuando damos un sí. Nunca se escoge algo sin renunciar a otras cosas. Nunca se da un sí, sin haber tenido que decir unos cuantos no..
Ser fieles a la vocación cristiana es ser fieles a la tarea de no callar ante las situaciones que impiden la llegada del Reino de Dios. Y esto supone renuncias. Pero es la condición necesaria para hacer posible la plenitud de nuestra utopía.
Amigos y amigas, hasta la próxima semana, si Dios quiere. Os bendice,
Manel