sábado, 22 de septiembre de 2007

Domingo 25 de durante el año - 23-9-2007

Queridos amigos y amigas, de regreso ya de nuevo a la Parroquia, nos disponemos a empezar un nuevo curso, que deseo sea provechoso para todos.
Y vamos con el comentario semanal de la liturgia del domingo.
La parábola que nos presenta hoy el evangelio -un caso de malversación de bienes- podría figurar entre las noticias de cualquier periódico. Pero, por eso mismo, hay que entenderla bien. Porque si Jesús llegará a alabar la conducta del administrador, no será por la integridad del personaje, sino por su habilidad en procurarse un futuro. Y ésta es la enseñanza que nos quiere transmitir la parábola: cómo hemos de actuar con nuestros bienes para saber ganarnos nuestro futuro, que no es otro que la salvación, la felicidad eterna.
En tiempo de Jesús, los administradores no percibían ningún sueldo por su gestión, sino que vivían de las comisiones; unas comisiones que habitualmente eran abusivas para los acreedores. Y así, la parábola presenta un administrador que a causa de un fraude a su amo, teme quedarse sin trabajo. ¿Qué hace, entonces? Intentar ganarse amigos de cara al futuro. ¿Cómo? Llamando a los acreedores y renunciando a sus comisiones. El que debía cien bidones de aceite, debía en realidad cincuenta, y los otros cincuenta eran de la comisión del administrador; el que debía cien sacos de trigo, debía en realidad ochenta, y los otros veinte eran de la comisión del administrador. De esta manera, l'administrador, renunciando a sus comisiones, se gana a dos personas, dos posibles amigos que le podrán dar trabajo.
Jesús dice: este administrador de riqueza engañosa ha sido prudente...y es que en el trato con la gente de este estilo, los hombres del mundo son más prudentes que los hijos de la luz...
Nosotros somos administradores de todos los bienes recibidos de Dios, y es con estos bienes con los que nos hemos de ganar a quien nos reciba eternamente en su casa...Entre estos bienes hay el dinero, y observamos, por desgracia,que éste es causa de perdición para mucha gente. Por eso la parábola acaba con una frase lapidaria: no podéis servir a Dios y al dinero. Y es que el amor al dinero se convierte, de hecho, en una idolatría.
El afán de dinero es la frontera que divide el mundo en dos bandos: los ricos y los pobres, los opresores y los oprimidos. El ansia de dinero es el enemigo de cualquier convivencia humana fraterna y justa. Esto es algo que ha pasado toda la vida, y ya el profeta Amós, en la primera lectura de hoy lo denuncia: para tener un esclavo, compran con dinero a la gente necesitada; y con un par de sandalias compran a un pobre...Pero el Señor jura por la gloria de Jacob que no olvidará todo esto que hacen...
Inmersos como estamos en un sistema económico neoliberal, es preciso que nos preguntemos seriamente cómo podremos seguir siendo cristianos en este ambiente. No hipotequemos la felicitad eterna al mal uso de nuestros bienes materiales.

Amigos y amigas, hasta la próxima semana. Manel