sábado, 17 de marzo de 2007

Cuarto domingo de Cuaresma

Amigas y amigos, paz y bien.
Una semana más en camino hacia Pascua.
Y hoy una hermosa parábola, muy conocida, pero nunca suficientemente reflexionada.
El evangelista Lucas abre el capítulo 15 de su evangelio presentando una situación que al parecer causaba escándalo: Jesús acogía a los pecadores y comía con ellos. Y a partir de aquí, el evangelista situa tres espléndidas parábolas, que tienen en común una misma idea: cuando alguien pierde algo que valora y quiere, lo busca hasta experimentar la alegría de encontrarlo. Así, un pastor pierde una oveja; una mujer, una moneda; y un padre, a su hijo pequeño. Dios es, naturalmente, el pastor, la mujer y el padre que se alegra de la recuperación de cualquiera de nosotros que se haya alejado de El. Dios siempre nos espera.
El texto de hoy es, en concreto, el de la conocida parábola del hijo pródigo, el padre acogedor, o el hermano que se cree perfecto.
Y es que, como puede verse, tres son los protagonistas de la narración de Jesús; y una lectura pausada e interiorizada del texto nos ha de llevar a ver qué hay en nosotros de cada uno de los tres.
El hijo pequeño es el prototipo de los dilapidadores de las herencias recibidas. ¿Cuántas cosas hay en nuestra vida que son herencias gratuitamente recibidas, empezando por nuestra propia vida?
El hijo mayor es el prototipo de quienes se creen mejores que los demás, y con más derechos que los demás, y que menosprecian a los demás. ¿Cuántas actitudes de éstas hay en nosotros?
Y el padre es el prototipo del ser humano misericordioso, tolerante, paciente, equilibrado, maduro ¿Hay en nostros actitudes de éstas? ¿Son las que prevalecen?
Esta parábola se ha presentao siempre como la que muestra cómo es Dios, para que sepamos nosotros quien es el Dios en el que creía Jesús. Un Dios del cual nos hablaba no sólo con palabras, sino mostrándonos su manera de actuar. Por ejemplo, como el padre acogedor de la parábola.
Y una última observaicón: Jesús no sólo nos muestra el estilo de Dios, sino también cuál ha de ser el estilo de la Iglesia. El hijo pequeño marcha de la casa paterna; el hijo mayor acaba por no querer entrar. Esta casa paterna es para nosotros la Iglesia, y también son hoy muchos los que dicen creo en Dios, pero no creo en la Iglesia. ¿No nos tendremos que preguntar si la imagen de Iglesia que mostramos se parece muy poco a la casa paterna de la parábola? Porque la casa del padre es una casa acogedora, festiva, donde no se retrae nada anadie, i donde el hijo puede encontrar pan de sobras, mientras se está muriendo de hambre... El hijo mayor lo ha tenido todo y no ha sabido valorarlo. Y es que como pasa a menudo, no sabemos valorar lo que tenemos más a nuestro alcance.
Amigos y amigas, saboread esta preciosa parábola.
Y hasta la próxima semana
Manel