jueves, 11 de enero de 2007

DOMINGO SEGUNDO durante el año

Acabado ya el ciclo de Navidad y Epifanía, entramos ahora, durante siete domingos, hasta el 25 de febrero, que empezaremos el primer domingo de Cuaresma, en lo que denominamos tiempo ordinario, que reanudaremos después de Pascua.

Este año leeremos el evangelio de san Lucas, muy interesante, y sobre el que daremos algunas pistas el próximo domingo.
Pero hoy, por excepción, se lee el evangelio de Juan, ya que la catequesis de las bodas de Caná es el único evangelista que la recoge. De hecho, la liturgia la lee hoy porque considera que la intervención de Jesús se puede considerar una epifanía más: manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en El, se dice al final

Sea como fuere, la narración que nos ofrece el evangelio de hoy podemos considerarla sobre todo como una página de catequesis muy sugestiva. No se trata ni de la institución del sacramento del matrimonio, ni directamente del poder intercesor de María, ni de un milagrito más... Hay que leerla a la luz del lenguaje bíblico y de la situación del pueblo.

Se habla de un banquete de bodas, y en el lenguaje bíblico las bodas siempre evocan el desposorio de Dios con su pueblo, o sea la religiosidad.

El agua, se dice, se hallaba en las tinajas para la purificación. La religiosidad judía había quedado reducida a lo puro y lo impuro, lo permitido y lo prohibido.
El vino, sin embargo, evoca siempre la fiesta, la alegría.
Por eso, la conversión del agua en vino indica que la religiosidad ha de basarse en el encuentro gozoso con Dios, presente en la historia humana, y en la comunión con los demás. La alianza, la boda, de Dios con su pueblo se había reducido a una boda sin vino, sin alegría. Había caído en la rutina del ritualismo. Por eso, a la vez, la presencia de Maria, mujer judía, simboliza el nuevo Israel que se desposa con Dios. María sólo aparece dos veces en el evangelio de Juan: aquí y al pie de la cruz, y en ambas Jesús le llama mujer, no madre, porque quiere recalcar su intervención en la historia de la salvación. María es el resto de Israel que empuja a Jesús a manifestarse ya.

Y la diversa calidad de los vinos, reservando el bueno para el final, muestra que, en efecto, en la gran fiesta del banquete mesiánico, la plenitud sólo vendrá al final. Cuando Jesús le dice a su madre que aún no ha llegado su hora, se refiere a que la glorificación del Hijo del Hombre será también al final de su vida. Jesús, con su gesto, manifiesta su gloria; pero su hora, la hora de la glorificación plena, no será hasta el final de la historia.

Todos nosotros estamos invitados a la boda, a la alianza de Dios con la humanidad, y todos podemos saborear el vino de la alegría de la fe: felices porque hemos creído. Pero para hacer activa nuestra fe habrá que hacer lo que El nos diga.