DOMINGO TERCERO DURANTE EL AÑO
Queridos amigos y amigas, os ofrezco una vez más unas ideas para el comentario del evangelio del domingo, tercero durante el año, ciclo C
Este año, leeremos, los domingos, el evangelio según Lucas. Y este evangelista, a diferencia de los otros, tiene un particular interés en situar a Jesús, en el inicio de su misión, definiendo el que será su programa.
Esta es, en concreto, la escena de la segunda parte del evangelio de hoy. Jesús se aplica las palabras del profeta Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor. Ésta será su misión: hoy se cumple esto que acabáis de oír.
Hay que decir que este texto ha estado, a lo largo de la vida de la Iglesia, uno de los grandes textos desconocidos, y que todavía hoy no se le da la relevancia que tendría que tener en la práctica cristiana. Y sin embargo, si ésta fue la misión de Jesús, es obvio que la misma, y no otra, ha de ser la misión de sus seguidores y seguidoras.
Fue el Concilio Vaticano II, y sobre todo la llamada teología de la liberación, de Latinoamérica, quienes han dado a estas palabras del evangelio de hoy el relieve que empiezan a tener. La misión de Jesús fue anunciar la Buena Noticia de la liberación, y nuestra misión cristiana, la única creíble, será vivir y luchar por la causa de Jesús.
La opción de Jesús por los pobres no es beneficencia ni asistencialismo. Evangelizar es liberar, es trabajar para que la realidad de la vida humana sea concorde con el proyecto de Dios. Y el proyecto de Dios es que nadie sea esclavo, sino libre. ¿Quiénes son hoy, entre nosotros, los desvalidos, los presos, los ciegos y los oprimidos? ¿Quiénes son, hoy, los desfavorecidos que necesitan ser liberados? ¿Podemos decir honradamente que son nuestros preferidos?
Jesús, cuando acabó de leer el texto de Isaías, hizo la homilía más breve y más profunda que podía hacerse: hoy se cumplen estas palabras. Ojalá nosotros, después de leer los textos evangélicos, pudiéramos decir también simplemente: esto es lo que intentamos vivir nosotros.
Gracias.
sábado, 20 de enero de 2007
jueves, 11 de enero de 2007
DOMINGO SEGUNDO durante el año
Acabado ya el ciclo de Navidad y Epifanía, entramos ahora, durante siete domingos, hasta el 25 de febrero, que empezaremos el primer domingo de Cuaresma, en lo que denominamos tiempo ordinario, que reanudaremos después de Pascua.
Este año leeremos el evangelio de san Lucas, muy interesante, y sobre el que daremos algunas pistas el próximo domingo.
Pero hoy, por excepción, se lee el evangelio de Juan, ya que la catequesis de las bodas de Caná es el único evangelista que la recoge. De hecho, la liturgia la lee hoy porque considera que la intervención de Jesús se puede considerar una epifanía más: manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en El, se dice al final
Sea como fuere, la narración que nos ofrece el evangelio de hoy podemos considerarla sobre todo como una página de catequesis muy sugestiva. No se trata ni de la institución del sacramento del matrimonio, ni directamente del poder intercesor de María, ni de un milagrito más... Hay que leerla a la luz del lenguaje bíblico y de la situación del pueblo.
Se habla de un banquete de bodas, y en el lenguaje bíblico las bodas siempre evocan el desposorio de Dios con su pueblo, o sea la religiosidad.
El agua, se dice, se hallaba en las tinajas para la purificación. La religiosidad judía había quedado reducida a lo puro y lo impuro, lo permitido y lo prohibido.
El vino, sin embargo, evoca siempre la fiesta, la alegría.
Por eso, la conversión del agua en vino indica que la religiosidad ha de basarse en el encuentro gozoso con Dios, presente en la historia humana, y en la comunión con los demás. La alianza, la boda, de Dios con su pueblo se había reducido a una boda sin vino, sin alegría. Había caído en la rutina del ritualismo. Por eso, a la vez, la presencia de Maria, mujer judía, simboliza el nuevo Israel que se desposa con Dios. María sólo aparece dos veces en el evangelio de Juan: aquí y al pie de la cruz, y en ambas Jesús le llama mujer, no madre, porque quiere recalcar su intervención en la historia de la salvación. María es el resto de Israel que empuja a Jesús a manifestarse ya.
Y la diversa calidad de los vinos, reservando el bueno para el final, muestra que, en efecto, en la gran fiesta del banquete mesiánico, la plenitud sólo vendrá al final. Cuando Jesús le dice a su madre que aún no ha llegado su hora, se refiere a que la glorificación del Hijo del Hombre será también al final de su vida. Jesús, con su gesto, manifiesta su gloria; pero su hora, la hora de la glorificación plena, no será hasta el final de la historia.
Todos nosotros estamos invitados a la boda, a la alianza de Dios con la humanidad, y todos podemos saborear el vino de la alegría de la fe: felices porque hemos creído. Pero para hacer activa nuestra fe habrá que hacer lo que El nos diga.
Acabado ya el ciclo de Navidad y Epifanía, entramos ahora, durante siete domingos, hasta el 25 de febrero, que empezaremos el primer domingo de Cuaresma, en lo que denominamos tiempo ordinario, que reanudaremos después de Pascua.
Este año leeremos el evangelio de san Lucas, muy interesante, y sobre el que daremos algunas pistas el próximo domingo.
Pero hoy, por excepción, se lee el evangelio de Juan, ya que la catequesis de las bodas de Caná es el único evangelista que la recoge. De hecho, la liturgia la lee hoy porque considera que la intervención de Jesús se puede considerar una epifanía más: manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en El, se dice al final
Sea como fuere, la narración que nos ofrece el evangelio de hoy podemos considerarla sobre todo como una página de catequesis muy sugestiva. No se trata ni de la institución del sacramento del matrimonio, ni directamente del poder intercesor de María, ni de un milagrito más... Hay que leerla a la luz del lenguaje bíblico y de la situación del pueblo.
Se habla de un banquete de bodas, y en el lenguaje bíblico las bodas siempre evocan el desposorio de Dios con su pueblo, o sea la religiosidad.
El agua, se dice, se hallaba en las tinajas para la purificación. La religiosidad judía había quedado reducida a lo puro y lo impuro, lo permitido y lo prohibido.
El vino, sin embargo, evoca siempre la fiesta, la alegría.
Por eso, la conversión del agua en vino indica que la religiosidad ha de basarse en el encuentro gozoso con Dios, presente en la historia humana, y en la comunión con los demás. La alianza, la boda, de Dios con su pueblo se había reducido a una boda sin vino, sin alegría. Había caído en la rutina del ritualismo. Por eso, a la vez, la presencia de Maria, mujer judía, simboliza el nuevo Israel que se desposa con Dios. María sólo aparece dos veces en el evangelio de Juan: aquí y al pie de la cruz, y en ambas Jesús le llama mujer, no madre, porque quiere recalcar su intervención en la historia de la salvación. María es el resto de Israel que empuja a Jesús a manifestarse ya.
Y la diversa calidad de los vinos, reservando el bueno para el final, muestra que, en efecto, en la gran fiesta del banquete mesiánico, la plenitud sólo vendrá al final. Cuando Jesús le dice a su madre que aún no ha llegado su hora, se refiere a que la glorificación del Hijo del Hombre será también al final de su vida. Jesús, con su gesto, manifiesta su gloria; pero su hora, la hora de la glorificación plena, no será hasta el final de la historia.
Todos nosotros estamos invitados a la boda, a la alianza de Dios con la humanidad, y todos podemos saborear el vino de la alegría de la fe: felices porque hemos creído. Pero para hacer activa nuestra fe habrá que hacer lo que El nos diga.
viernes, 5 de enero de 2007
Domingo, 7 de enero 2006: el bautismo del Señor
La liturgia da hoy un salto en el tiempo y nos sitúa en el que fue el primer acto público de Jesús: su bautismo por parte de Joan Bautista.
Durante este bautismo se produce una teofania o manifestación de Dios que proclama que Jesús es su Hijo, su estimado, en el cual se complace. El bautismo de Jesús es, por lo tanto, la confirmación de que es El quien viene a salvarnos.
Y aunque no es muy coherente que celebremos hoy el bautismo de Jesús cuando hasta el próximo 2 de febrero no celebraremos su Presentación en el Templo, a los cuarenta días de haber nacido, hay que indicar que la liturgia no sigue siempre la sucesiva cronología de los hechos, y que, además, hay que considerar el origen de las fiestas.
Esta fiesta del bautismo de Jesús, en concreto, es de origen reciente. Fue instituida el año 1960, y fue colocada inicialmente el día 13 de enero que era la octava de la fiesta de Epifania. A sus promotores les pareció que la manifestación (epifania) de Jesús al mundo obtenía su plenitud en el testimonio que el Padre da de Él en el momento de su bautismo; a la vez que era también una buena ocasión para que todos los cristianos y cristianas reflexionásemos sobre nuestra condición de bautizados y bautizadas.
En la última reforma del calendario, sin embargo, la fiesta fue trasladada de manera permanente al domingo inmediato a la fiesta del 6 de enero, a la que vez que la octava de Epifania desaparecía.
Hoy es, pues, una buena ocasión para pensar que nuestra biografía cristiana empezó en el día de nuestro bautismo. Es un día de para agradecer el don de la fe, para dar gracias a quienes fueron para nosotros sus instrumentos; día para analizar cómo vamos escribiendo nuestra biografía de creyentes; y día para volver a ser bautizados en el Espíritu. Es el gran día de nuestra identidad cristiana.
La liturgia da hoy un salto en el tiempo y nos sitúa en el que fue el primer acto público de Jesús: su bautismo por parte de Joan Bautista.
Durante este bautismo se produce una teofania o manifestación de Dios que proclama que Jesús es su Hijo, su estimado, en el cual se complace. El bautismo de Jesús es, por lo tanto, la confirmación de que es El quien viene a salvarnos.
Y aunque no es muy coherente que celebremos hoy el bautismo de Jesús cuando hasta el próximo 2 de febrero no celebraremos su Presentación en el Templo, a los cuarenta días de haber nacido, hay que indicar que la liturgia no sigue siempre la sucesiva cronología de los hechos, y que, además, hay que considerar el origen de las fiestas.
Esta fiesta del bautismo de Jesús, en concreto, es de origen reciente. Fue instituida el año 1960, y fue colocada inicialmente el día 13 de enero que era la octava de la fiesta de Epifania. A sus promotores les pareció que la manifestación (epifania) de Jesús al mundo obtenía su plenitud en el testimonio que el Padre da de Él en el momento de su bautismo; a la vez que era también una buena ocasión para que todos los cristianos y cristianas reflexionásemos sobre nuestra condición de bautizados y bautizadas.
En la última reforma del calendario, sin embargo, la fiesta fue trasladada de manera permanente al domingo inmediato a la fiesta del 6 de enero, a la que vez que la octava de Epifania desaparecía.
Hoy es, pues, una buena ocasión para pensar que nuestra biografía cristiana empezó en el día de nuestro bautismo. Es un día de para agradecer el don de la fe, para dar gracias a quienes fueron para nosotros sus instrumentos; día para analizar cómo vamos escribiendo nuestra biografía de creyentes; y día para volver a ser bautizados en el Espíritu. Es el gran día de nuestra identidad cristiana.
1 de enero 2007 – Fiesta de la Epifanía
Las seis etapas
de un viaje
Mucho más allá de su carácter simbólico y de su vertiente popular, la fiesta de los Magos nos ofrece una espléndida catequesis sobre nuestro propio proceso de creyentes en camino. Fijándonos en su viaje de Oriente a Belén encontramos hasta seis etapas que merecen una especial consideración:
1) ven una estrella y se sorprenden. Lo cual muestra que se trata de espíritus abiertos a la renovación y a la posibilidad de creer y esperar que siempre puede suceder algo nuevo. Leen los signos de los tiempos
2) reflexionan, dialogan y escuchan su voz interior. Aciertan a descubrir que aquella estrella era distinta, que era especialmente luminosa y lo suficientemente atractiva como para dejarlo todo e ir a comprobarlo
3) salen de su ámbito propio y se lanzan a la aventura de la fe. Saben que no pueden quedarse indiferentes a la llamada interior y que no se pueden dejar pasar reiteradamente las oportunidades
4) afrontan las alegrías y las dificultades del camino, los gozos y las tristezas, los desconciertos y las esperanzas, los miedos y las dudas... Han experimentado y vuelven a experimentar que no hay meta valiosa que no comporte un camino lleno de contradicciones y de pruebas
5) encuentran lo que buscaban, y lo encuentran en la debilidad compartida, No buscaban poder, sino a un Dios salvador; no venían a quedarse con un botín, sino a acariciar a un Niño; y caen de rodillas para mostrar su profundo agradecimiento
6) cambian de rumbo y vuelven a su casa por otros caminos. Porque quien ha visto o ha oído, ya no puede seguir siendo ciego o sordo a las exigencias de su conciencia, sobre todo cuando ésta le dice que anda equivocado. Rectificar a tiempo es sinónimo de salvación y de felicidad.
¿Cuántas veces nos ha sucedido lo que les pasó a aquellos personajes en su viaje? ¿Cómo reaccionamos nosotros?
A Belén se llega siempre por el camino de la fe. Belén es la casa del pan compartido.
Las seis etapas
de un viaje
Mucho más allá de su carácter simbólico y de su vertiente popular, la fiesta de los Magos nos ofrece una espléndida catequesis sobre nuestro propio proceso de creyentes en camino. Fijándonos en su viaje de Oriente a Belén encontramos hasta seis etapas que merecen una especial consideración:
1) ven una estrella y se sorprenden. Lo cual muestra que se trata de espíritus abiertos a la renovación y a la posibilidad de creer y esperar que siempre puede suceder algo nuevo. Leen los signos de los tiempos
2) reflexionan, dialogan y escuchan su voz interior. Aciertan a descubrir que aquella estrella era distinta, que era especialmente luminosa y lo suficientemente atractiva como para dejarlo todo e ir a comprobarlo
3) salen de su ámbito propio y se lanzan a la aventura de la fe. Saben que no pueden quedarse indiferentes a la llamada interior y que no se pueden dejar pasar reiteradamente las oportunidades
4) afrontan las alegrías y las dificultades del camino, los gozos y las tristezas, los desconciertos y las esperanzas, los miedos y las dudas... Han experimentado y vuelven a experimentar que no hay meta valiosa que no comporte un camino lleno de contradicciones y de pruebas
5) encuentran lo que buscaban, y lo encuentran en la debilidad compartida, No buscaban poder, sino a un Dios salvador; no venían a quedarse con un botín, sino a acariciar a un Niño; y caen de rodillas para mostrar su profundo agradecimiento
6) cambian de rumbo y vuelven a su casa por otros caminos. Porque quien ha visto o ha oído, ya no puede seguir siendo ciego o sordo a las exigencias de su conciencia, sobre todo cuando ésta le dice que anda equivocado. Rectificar a tiempo es sinónimo de salvación y de felicidad.
¿Cuántas veces nos ha sucedido lo que les pasó a aquellos personajes en su viaje? ¿Cómo reaccionamos nosotros?
A Belén se llega siempre por el camino de la fe. Belén es la casa del pan compartido.
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