viernes, 5 de enero de 2007

Domingo, 7 de enero 2006: el bautismo del Señor
La liturgia da hoy un salto en el tiempo y nos sitúa en el que fue el primer acto público de Jesús: su bautismo por parte de Joan Bautista.
Durante este bautismo se produce una teofania o manifestación de Dios que proclama que Jesús es su Hijo, su estimado, en el cual se complace. El bautismo de Jesús es, por lo tanto, la confirmación de que es El quien viene a salvarnos.
Y aunque no es muy coherente que celebremos hoy el bautismo de Jesús cuando hasta el próximo 2 de febrero no celebraremos su Presentación en el Templo, a los cuarenta días de haber nacido, hay que indicar que la liturgia no sigue siempre la sucesiva cronología de los hechos, y que, además, hay que considerar el origen de las fiestas.
Esta fiesta del bautismo de Jesús, en concreto, es de origen reciente. Fue instituida el año 1960, y fue colocada inicialmente el día 13 de enero que era la octava de la fiesta de Epifania. A sus promotores les pareció que la manifestación (epifania) de Jesús al mundo obtenía su plenitud en el testimonio que el Padre da de Él en el momento de su bautismo; a la vez que era también una buena ocasión para que todos los cristianos y cristianas reflexionásemos sobre nuestra condición de bautizados y bautizadas.
En la última reforma del calendario, sin embargo, la fiesta fue trasladada de manera permanente al domingo inmediato a la fiesta del 6 de enero, a la que vez que la octava de Epifania desaparecía.
Hoy es, pues, una buena ocasión para pensar que nuestra biografía cristiana empezó en el día de nuestro bautismo. Es un día de para agradecer el don de la fe, para dar gracias a quienes fueron para nosotros sus instrumentos; día para analizar cómo vamos escribiendo nuestra biografía de creyentes; y día para volver a ser bautizados en el Espíritu. Es el gran día de nuestra identidad cristiana.
1 de enero 2007 – Fiesta de la Epifanía
Las seis etapas
de un viaje
Mucho más allá de su carácter simbólico y de su vertiente popular, la fiesta de los Magos nos ofrece una espléndida catequesis sobre nuestro propio proceso de creyentes en camino. Fijándonos en su viaje de Oriente a Belén encontramos hasta seis etapas que merecen una especial consideración:

1) ven una estrella y se sorprenden. Lo cual muestra que se trata de espíritus abiertos a la renovación y a la posibilidad de creer y esperar que siempre puede suceder algo nuevo. Leen los signos de los tiempos

2) reflexionan, dialogan y escuchan su voz interior. Aciertan a descubrir que aquella estrella era distinta, que era especialmente luminosa y lo suficientemente atractiva como para dejarlo todo e ir a comprobarlo

3) salen de su ámbito propio y se lanzan a la aventura de la fe. Saben que no pueden quedarse indiferentes a la llamada interior y que no se pueden dejar pasar reiteradamente las oportunidades

4) afrontan las alegrías y las dificultades del camino, los gozos y las tristezas, los desconciertos y las esperanzas, los miedos y las dudas... Han experimentado y vuelven a experimentar que no hay meta valiosa que no comporte un camino lleno de contradicciones y de pruebas

5) encuentran lo que buscaban, y lo encuentran en la debilidad compartida, No buscaban poder, sino a un Dios salvador; no venían a quedarse con un botín, sino a acariciar a un Niño; y caen de rodillas para mostrar su profundo agradecimiento

6) cambian de rumbo y vuelven a su casa por otros caminos. Porque quien ha visto o ha oído, ya no puede seguir siendo ciego o sordo a las exigencias de su conciencia, sobre todo cuando ésta le dice que anda equivocado. Rectificar a tiempo es sinónimo de salvación y de felicidad.

¿Cuántas veces nos ha sucedido lo que les pasó a aquellos personajes en su viaje? ¿Cómo reaccionamos nosotros?
A Belén se llega siempre por el camino de la fe. Belén es la casa del pan compartido.