sábado, 1 de septiembre de 2007

Domingo XXII - 2 de septiembre 2007

Queridos amigos y amigas, ha llegado septiembre y esto quiere decir que todo empieza a oler, para muchos, a normalidad...
Vamos con el evangelio de hoy.
La parábola que nos presenta puede parecer copiado de uno de aquellos libros que llamábamos de urbanidad, y que nos enseñaban normas para saber estar y comportarse en la vida. Pero está claro que hay una importante diferencia, porque a Jesús no le preocupan tanto las actitudes exteriores como las interiores. Unas revelan las otras, pero loque verdaderamente cuenta es la opción interior de las personas.
Jesús, por lo tanto, enseña, sobre todo, dos cosas: en su Reino quien se enaltece será humillado i quien se humilla, será enaltecido; y, por otra parte, la verdadera recompensa será para aquellos y aquellas que no han buscado ni han recibido ninguna recompensa por sus acciones.
Estas dos enseñanzas, sin embargo, hay que entenderlas correctamente.
La humildad, decía santa Teresa de Jesús, es la verdad, y humillarse no quiere decir negar las proias cualidades, ni coger complejos de inferioridad, ni poseer una baja autoestima; humildad quiere decir reconocer que todo lo que somos y todo lo que recibimos, sobre todo en el campo de la fe, es don gratuito de Dios, y que nuestros méritos o trabajos parten siempre de las oportunidades que Dios nos da, empezando por el don de la vida.
No esperar ninguna recompensa no quiere decir renunciar a la alegría y legítima satisfacción por el don de dar, sino no obrar para tener a los demás agradecidos a nuestros pies, creando de esta manera dependencias injustas. La tentación es muy sutil y hay que estar atentos para no dejar aparecer nuestros intereses en nombre de la solidaridad y la generosidad.
En definitiva, las dos enseñanzas se complementan: gratuitamente hemos recibido lo que somos y lo que tenemos, y gratuitamente lo tenemos que compartir con los demás. Este es el estilo del Reino.
Y si aplicamos el evangelio de hoy a nuestras comunidades, está claro que una comunidad cristiana fidel al evangelio ha de renunciar a cualquier clase de honores y privilegios, y ha de estar abierta a todos y sentar muy especialmente a la mesa a los más pobres, a los últimos y a los más débiles.
¿Son así nuestras comunidades?
Amigos y amigas, id pensando en el nuevo curso, y hasta el próximo domingo
Manel

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